Alrededor de la casa pulularían luego las consejas. Se verterían incontables comentarios acerca de lo ocurrido aquella tarde. Se diría, por ejemplo, sin tener la certidumbre de un verdadero fundamento, que una muchacha púber y preciosa habría oído trinar a una calandria. Y se diría que esto, para el desarrollo de situaciones que siguieron, habría sido fundamental e impresionante. Alguien, en voz baja, comentaría después cómo había visto, al pasar azarosamente por la calle, a esa muchacha besándose con Fernando, el hijo, también púber, de los Pérez. La imagen de los muchachos besándose quedaría impresa para siempre, quizá, en la memoria temporal de esa persona.
Lo inevitable sería hablar del escritor, de sus domésticas excentricidades. La gente comenzaría diciendo: "Había una casa, un parque y unos muchachos en el parque". Al final de ese parque había una tapia y detrás de esa tapia había otro parque, otro parque que no era sino un terreno inculto, el terreno que se encontraba detrás de aquella casa en la que, miserablemente, vivía y subsistía el escritor. El terreno del fondo de la casa, coto de caza de sus cavilaciones. Eso, y mucho más, diría la gente. La tierra inculta en la que el escritor, a lo largo de las tardes infinitas, demoraba románticas miradas. ¡Ah, suspiraría la gente, todo podría haber sido tan distinto! ¡Y finalmente cómo terminó!
Con el correr de muchos, muchos años, en el barrio perduraría aún el recuerdo de aquella tarde en que todo sucedió, sin que en verdad sucediera casi nada. La vida confrontada con la muerte, nada más. Palabras trémulas cruzadas en la sombra. Un aliciente para el pensamiento. Sensaciones. Tan sólo un poco de literatura.
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3 comentarios:
Un placer leerte, Pedro. Espero que continúes pronto la historia, se ve prometedora!
H-o-l-a-C-a-r-a-c-o-l.
los mientras tanto suelen ser mejor que los besos, los premios.
un beso
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